Wednesday, November 24, 2010

Cómo y por qué el estado destruye la sociedad

Por Frank Chodorov. (Publicado el 22 de noviembre de 2010)
El artículo original se encuentra aquí http://mises.org/daily/4835
Traducido del Inglés al Español por EUribe

[Tomado de The Rise and Fall of Society]

No le corresponde a un diagnosticador prescribir un remedio y sería charlatanería por su parte cuando tenga recelos respecto de su valor curativo. Puede ser que la lucha entre Sociedad y Estado sea inevitable: puede estar en la naturaleza de las cosas que la lucha continúe hasta que la destrucción mutua allane el terreno para la aparición de una nueva Sociedad, a la que se asocie un nuevo establishment político para dar lugar a un nuevo destino.

Quizá la malignidad sea propia del hombre. Sería absurdo sugerir que los machos cuadrúpedos, acuciados por la urgencia reproductiva, tendrían que conocer mejor a las hembras en lugar de dedicarse a batallas mortales por su posesión y es posible que la lucha histórica entre la organización social y la organización política signifique lo mismo.

El apoyo a esta conclusión se encuentra en el terreno que hemos cubierto.

Empezando por el hombre (¿dónde si no podemos empezar?), le encontramos impelido por un impulso interno a mejorar sus circunstancias y ampliar su horizonte: una capacidad autogeneradora de deseos le lleva de una gratificación a otra. Cada gratificación representa un gasto de trabajo que, como produce un sentimiento de cansancio, encuentra desagradable. Su inclinación es evitar el trabajo tanto como sea posible, pero sin sacrificar su mejoramiento.

Ejerce presión sobre este modus operandi natural un don humano peculiar: la facultad de razonar. (Es esta facultad la que sugiere una posible solución del conflicto Sociedad-Estado, que explicaremos más adelante). Su razón le dice que el negocio de multiplicar satisfacciones se alcanza mejor en cooperación con sus congéneres.

Así aparece la Sociedad y sus técnicas: especialización e intercambio, acumulaciones de capital, competencia. La Sociedad es un dispositivo de ahorro de trabajo, inventado instintivamente; no es un acuerdo institucional más de lo que lo es la familia, sino que igual que la familia germina en el composición del hombre.

El método del mercado produce más por menos trabajo que la autosuficiencia individual, aunque el precio que siempre demanda es el trabajo. No hay manera de evitarlo. Aún así, es un precio que se paga con reticencias y de este conflicto interno entre costes y deseos aparece el drama del hombre organizado.

La imposibilidad de obtener algo de la nada, el summum bonum, no destierra la esperanza o intimida la imaginación y en su esfuerzo por alcanzar el sueño, el hombre recurre frecuentemente a la depredación: la transferencia de la posesión y el disfrute de las satisfacciones del productor al no productor. Como los hombres trabajan sólo para satisfacer sus deseos, su transferencia induce un sentimiento de dolor y en respuesta a ese sentimiento el productor establece un mecanismo protectivo.

Bajo condiciones primitivas, confía en su propio poder de resistencia al robo, en su fortaleza personal más las armas que tiene a su disposición. Ése es su Gobierno. Como esta ocupación protectora interfiere con su interés principal de producir satisfacciones y es frecuentemente ineficaz, está bastante dispuesto a encargársela a un especialista cuando el tamaño y opulencia de la Sociedad reclama un servicio así. El Gobierno ofrece el servicio social especializado de salvaguardar el mercado.

La característica distintiva de este servicio es que disfruta de un monopolio de la coerción. Ésta es la condición necesaria para que funcione el negocio: cualquier división de la autoridad acabaría con el propósito para el que se establece el Gobierno.

Aún así, se mantiene el hecho de que el Gobierno es una organización humana, compuesta de hombres que son exactamente como los hombres a los que sirve. Esto es, ellos también buscan satisfacer sus deseos con el mínimo de esfuerzo y también son insaciables en sus apetitos. Además de los deseos comunes que poseen todos los hombres, el personal del Gobierno adquieren uno propio de su ocupación: la adulación que reciben porque sólo ellos ejercitan la coerción. Son gente aparte.

Los honores que deriven del ejercicio del poder hacen aparecer una pasión por éste, particularmente en hombres cuyas capacidades no serían advertidas en el mercado y es fuerte la tentación de expandir el área de poder; la función negativa de protección es demasiado limitada para hombres con ambición. Así que la tendencia en el mundo del funcionariado es asumir una capacidad para funciones positivas, para invadir el mercado, para asumir regular, controlar, gestionar y manipular sus técnicas.

A decir verdad, no hace nada parecido, pues las técnicas operan por sí mismas y todo lo que puede lograr el poder político con sus intervenciones es controlar el comportamiento humano: consigue el cumplimiento por la amenaza del castigo físico. Ése es de hecho todo el ser y el fin del poder político. Aún así, tal es el carácter del humano que admira y a veces adora al congénere que domina su voluntad y es tal este adquirido sentido de superioridad que es el principal beneficio del funcionariado.

La transición del Gobierno negativo al Estado positivo viene marcada por el uso del poder político para fines predatorios. En su búsqueda de poder, el funcionariado tiene en consideración la ineluctable pasión del algo por nada y procede a obtener el apoyo de segmentos de la Sociedad inclinados a emplumar sus nidos sin recoger plumas.

Es un acuerdo de quid pro quo, por el que el poder de compulsión se cede a individuos o grupos favorecidos a cambio de su aceptación de la adquisición de poder. El Estado vende privilegios, lo que no es sino una ventaja económica obtenida por unos a expensas de otros.

En tiempos más antiguos, el grupo privilegiado era una clase terrateniente, que proporcionaba apoyo militar para el poder político, o un grupo mercantilista, que contribuí a las arcas imperiales a partir de sus beneficios generados por monopolios políticos; con la llegada del sufragio popular, al hacer el ascenso político dependiente de un favor más amplio, tuvo que extenderse el negocio del soborno y así se produjo la subvención de granjeros, inquilinos, mayores, usuarios de electricidad y así sucesivamente. Sus intereses creados en el Estado les hacen dóciles para sus fines.

Es esta participación en la depredación lo que caracteriza al Estado. Sin el apoyo de grupos privilegiados, el Estado se desmoronaría. Sin el Estado, los grupos privilegiados desaparecerían. El contrato se basa en la ley de la parsimonia.

El instrumento que pone al Estado en posición negociadora con sus favoritos son los impuestos. Al principio, cuando la simple comunidad establece el Gobierno, se admite que sus operaciones puedan no ser productivas y por tanto tengan que ser apoyadas por el mercado. Deben pagarse los servicios.

Pero la manera de pagar por el servicio del Gobierno genera un problema: los impuestos son cargas obligatorias, no pagos voluntarios y su recaudación se confía a la misma gente que vive de ellos; el poder coactivo que se les otorga se emplea para recaudar sus propios salarios.

Es comprensible que esta función se aplique con vigor. Aún así, allí donde el poder político está bajo la supervisión constante de la Sociedad, la urgencia por aumentar los impuestos para agrandar el poder político puede estar bajo control. Pero esta restricción pierde fuerza a medida que la Sociedad crece en tamaño y complejidad de sus intereses: la preocupación de sus miembros por las empresas productivas diluye su interés en los asuntos públicos, que tienden a convertirse en asunto privado de los funcionarios.

Se produce la centralización del poder político, que es simplemente su separación de las restricciones de las sanciones sociales, y los tipos impositivos crecen al mismo tiempo. El establishment político (la corte de Luis XIV o la igualmente improductiva burocracia del moderno estado “de bienestar”) adquiere así autosuficiencia: tiene los medios para pagar sus nóminas por fuerza e invertir en empresas para acumular poder.

Siempre hay razones buenas y suficientes para más y más impuestos. El templo de Salomón, las vías de Roma, la protección de las “industrias nacientes”, la disposición militar, la regulación de la moral, la mejora del “bienestar general”, todas piden su parte en el mercado y el producto final de cada parte es un aumento en el poder del Estado.

Algunas de las apropiaciones se filtran a algunos miembros de la sociedad, satisfaciendo así el deseo de algo por nada, al menos temporalmente, y así estimulan una disposición a tolerar la institución y a eliminar el entendimiento de su carácter depredatorio. Hasta que el Estado no alcanza su objetivo final, el absolutismo, su respuesta a las quejas sobre impuestos es que “el otro” paga todo lo recaudado y eso parece satisfacer.

Pasando rápido por la biografía de las instituciones políticas, la práctica de comprar el apoyo de los grupos privilegiados y subvencionados cambia cuando el Estado se hace autosuficiente, es decir, cuando el mercado esta completamente bajo su dominio. Entonces el Estado se convierte en la única clase privilegiada. La costumbre y la necesidad reducen a la Sociedad a una condición servil a la burocracia y la policía, los componentes del Estado.

Esta condición se conoce actualmente como totalitarismo, pero en realidad no es sino conquista, la conquista de la Sociedad por el Estado. Así que, sea o no el Estado originado en la conquista, como sostenían algunos historiadores, el resultado final de las instituciones políticas no controladas es el mismo: la Sociedad se esclaviza.

Esto no es el final. El tamaño del Estado crece con la depredación, el tamaño de la Sociedad se encoge en proporción. Para una explicación de esta antítesis, volvemos a la composición del hombre. Descubrimos que sólo trabaja para satisfacer sus deseos, de los que tiene una plétora, y que el resultado de sus esfuerzos está en proporción a su ingesta de satisfacciones.

Si esta inversión de trabajo no genera beneficios o si la experiencia le dice que no puede esperarse ninguno, su interés por el trabajo decae. Es decir, la producción disminuye por la cantidad de expropiación que debe soportar: si la expropiación es demasiado severa y la evasión se hace imposible, de forma que aprende a aceptarla como una forma de vida y olvida lo que realmente es, su producción tiende al mínimo de la mera existencia.

Pero como el Estado prospera a partir de lo que expropia, la disminución general de la producción a la que induce su avaricia anuncia su propia condena. Su fuente de ingresos se seca. Así, al derribar a la Sociedad, se derriba a sí mismo. Su desmoronamiento final normalmente lo ocasiona una guerra desastrosa, pero precediendo a ese acontecimiento hay una historia de aumentar gravámenes descorazonadores en el mercado, generando una disminución de las aspiraciones, esperanzas y autoestima en sus víctimas.

Cuando hablamos de la desaparición de una civilización, no queremos decir que se haya extinguido un pueblo. Todo holocausto deja supervivientes. Lo que implica la caída de una civilización es la desaparición de la memoria de una acumulación de conocimiento y de valores que en un tiempo obtuvo un pueblo.

Las artes y ciencias prevalentes, la religión y los modales, las formas de vivir yd e ganarse la vida se han olvidado. Han sido arrumbadas no por una pila de polvo sino por una falta general de interés en las satisfacciones marginales, en las cosas que los hombres tratan de lograr cuando se gana la lucha por la existencia. Podemos arreglárnoslas sin cuchillos y tenedores cuando obtener comida es bastante problema y el primer objetivo del vestido es ofrecer calor, no adorno.

Por el contrario, cuando se acumulan los productos primarios, el ser humano empieza a soñar con nuevos mundos a conquistar, incluido el mundo de la mente: cultura, ideas, valores. Las conquistas acumuladas se convierten en indicios de una civilización. La pérdida de una civilización es el reverso de ese proceso de acumulación cultural. Es la renuncia, por razones de necesidad, a aquellas satisfacciones que no son esenciales para la existencia. Es un proceso de olvidar a través de las fuerza de la circunstancia: es la abstinencia impuesta por el entorno.

A veces la voluntad de la naturaleza impone la abstinencia por un tiempo, pero la historia muestra que el hombre es bastante capaz de superar esos obstáculos a sus ambiciones. El obstáculo que no parece se capaz de superar es su inclinación a la rapiña, que da lugar a la institución del Estado; es esta institución la que en definitiva induce a un clima de utilidad o falta de interés en esforzarse y así destruye la civilización que alimenta. O como muestra la historia: toda civilización que declinó o se perdió llevaba a la espalda un Estado todopoderoso.

El colapso de un Estad significa un debilitamiento de los instrumentos de coacción por medio de los cuales la propiedad de los frutos del trabajo propio se transfieren a gobernantes improductivos o sus cómplices. A partir de entonces, tal vez durante siglos, la libertad prevalece, los hombres aprenden de nuevo a soñar y esperar y la consecución de cada sueño mediante trabajo anima a otras fantasías y genera más esfuerzo; así la riqueza se multiplica, el conocimiento se acumula, los modales toman forma y los valores inmateriales adquieren importancia en la jerarquía humana. Ha nacido una nueva civilización.

Aunque se recupere por accidente algo de la civilización perdida, lo que se ha enterrado tiene que volverse a aprender: la nueva civilización no crece a partir de su predecesora, sino que deriva de los esfuerzos de los vivos. En todo caso, la historia nos dice que en cuanto empieza una civilización se asocia a ella una institución política que se alimenta de ella y acaba devorándola. Y el estribillo empieza de nuevo.


Frank Chodorov fue un defensor del libre mercado, el individualismo y la paz. Empezó apoyando a Henry George y editó la revista georgista The Freeman antes de fundar su propio periódico, que fue el influyente Human Events. Después fundó otra versión de The Freeman para la Foundation for Economic Education y dio clases en la Freedom School en Colorado.

Monday, November 22, 2010

Los Estados Unidos y el socialismo en América Latina

por Hans F. Sennholz
Artículo publicado originalmente en CEES, N. 40, Abril 1962 .


Tomado de http://www.biblioteca.cees.org.gt/

Muchos «liberales», norteamericanos creen de buena fe que las reformas sociales constituyen la mejor defensa contra el avance mundial del comunismo.

Para ayudar a los países pobres o sub-desarrollados, muchos de ellos recomiendan la adopción de reformas agrarias, impositivas y todo tipo de programas de tipo social. Se dice que éstas reformas contribuirán a distribuir la riqueza nacional en una forma más equitativa y a aumentar la producción económica para llenar las necesidades del pueblo.

La política de los Estados Unidos hacia los países de Latinoamérica, parece fundarse en las mismas ideas. A principios de mayo, cuando el Presidente Kennedy anunció la concesión de nuevos subsidios y créditos a Bolivia, hizo un elogio de las reformas económicas adoptadas por el gobierno de dicho país. «Vuestra gran Revolución», escribió al Presidente de Bolivia, «ha abierto una ruta para que los demás países la sigan».

Es interesante recordar que el gobierno socialista de Bolivia hace 9 años confiscó minas, tierras y propiedad privada en general. El entonces Ministro del Trabajo y ahora Vice-Presidente, Juan Lechín, alardeó que la reforma agraria de Bolivia se realizó en forma más radical aún que la que llevó a cabo la China Roja. El Gobierno llegó inclusive a encarcelar o expulsar a miles de terratenientes y capitalistas.

Pero esta llamada «Revolución», en lugar de producir abundancia, sólo ha traído miseria y hambre a Bolivia; la producción minera que antes constituía el pilar de la economía de Bolivia, se ha derrumbado estrepitosamente. El país está en bancarrota, el pueblo empobrecido y a tal punto fanatizado, que puede admitir fácilmente la forma más descarada de comunismo.

El Presidente Kennedy en un reciente mensaje a la Conferencia Interamericana en Punta del Este, claramente reiteró su posición «liberal».

Hablando acerca del plan de «auto-capacitación» de los países latinoamericanos dijo: «Para una Nación en vías de desarrollo, ello significa una cuidadosa planificación nacional, el establecimiento de metas, prioridades y programas de largo alcance… ello significa el pleno reconocimiento del derecho que tienen todas las gentes a participar en nuestro proceso Porque dentro de la vida democrática, no hay lugar para aquellas instituciones que beneficien a los pocos y nieguen las necesidades de los muchos, aún cuando la eliminación de ellas pudiera exigir cambios difíciles y de gran trascendencia como la Reforma Agraria, la Reforma Impositiva y un énfasis en la resolución de los problemas de la educación, salubridad y vivienda».

Estamos totalmente de acuerdo con el Presidente Kennedy en que los países pobres necesitan urgentemente de ciertas reformas sociales y económicas. Pero el problema radica en saber elegir cuáles reformas han de aplicarse. Algunas mejoran las condiciones económicas y promueven el avance de las instituciones democráticas, en tanto que otras abaten la producción, la iniciativa, la moralidad y por ello no provocarán otra cosa sino el incremento del comunismo.

Las reformas benéficas alientan la libertad individual y son salvaguarda de la propiedad privada. Dejan en entera libertad el desarrollo e inventiva de los hombres y protegen a todo productor hábil e industrioso, del odio y envidia de los incapaces y de aquellos grupos que se coaligan para obtener beneficios por la vía política.

América Central y Sudamérica necesitan, desde luego, liberarse de los numerosos controles burocráticos, de los carteles y monopolios oficiales.

Los pueblos de Latinoamérica que actualmente sufren serias presiones inflacionarias, necesitan una política de estabilidad monetaria y de integridad fiscal que promuevan el ahorro individual, la industrialización y la confianza en general. Necesitan también, adoptar urgentemente las mismas políticas que hicieron de los Estados Unidos el país libre y próspero que es ahora.

Las reformas dañinas consisten en la intervención gubernamental que hostiliza la libertad e iniciativa individuales y que no hacen sino despojar a los productores del fruto de su trabajo y distribuir sus ingresos y propiedades a través de subsidios y regalos. Dichas reformas no hacen sino preparar el camino para el advenimiento del socialismo, que no es otro que el antecedente del comunismo.

Nadie puede negar que la adopción de planes económicos gubernamentales constituye la característica esencial del socialismo. No son más que un substituto socialista del libre mercado, o sea aquél en que la gente está en libertad para perseguir sus propias metas o fines. Los planes oficiales despojan al pueblo de la libertad de elección individual y establecen en su lugar, un control político sobre la economía.

El término «Planificación Nacional», significa la planeación política por parte de planificadores e inspectores, quienes actúan de acuerdo con sus propias ideas sobre lo que es justo, adecuado y políticamente aceptable. Significa, también, la organización de grupos de presión política con la finalidad de quitarles su riqueza a los productores y distribuirla entre los favoritos del Estado. En esas circunstancias, dicha política destruye la producción, la iniciativa y la moralidad.

Las demandas de reforma agraria e impositiva provienen del arsenal ideológico del socialismo. La confiscación de los altos ingresos y la expropiación de tierras, destruyen los fundamentos de una sociedad libre, de la propiedad privada y de la productividad individual e impiden la formación de capital, su acumulación la investigación tecnológica y el desarrollo en general. Son causas del estancamiento económico y de la pobreza y contribuyen al desarrollo de la mentalidad estatista, que es la condición mental propia del comunismo.

Es trágico, desde luego, que el Gobierno de los Estados Unidos, esté ejerciendo su gran influencia, hacia el logro de reformas dañinas para Latinoamérica. Con nuestros dispendiosos programas de ayuda extranjera, estamos financiando un sinnúmero de esquemas y experimentos socialistas. Los gobiernos que reciben nuestra ayuda, deben cumplir con nuestras condiciones de elevar los ingresos y los impuestos y de dividir las grandes posesiones agrícolas, distribuyendo los despojos entre el populacho. Estamos recomendando los déficits presupuestarios y la expansión crediticia como condiciones para el desarrollo económico, y cuando un Gobierno ha dilapidado sus ingresos y se enfrenta al problema de una devaluación monetaria, el Gobierno de los Estados Unidos viene en su ayuda a través de ayuda extranjera facilitándole reservas de oro y divisas.

Desgraciadamente, quienes gastan la ayuda económica que los Estados Unidos otorgan, ignoran que nuestra propia moneda está muy debilitada, que nos amenaza una devaluación y una suspensión de nuestros pagos al extranjero en oro.

Los pueblos desposeídos de Latinoamérica necesitan de impuestos más bajos, de una sana política monetaria y de más iniciativa y capital privado, no obstante que el criterio de las autoridades norteamericanas, su ejemplo y consejos prediquen exactamente lo contrario.

Ellos no necesitan de ninguna «Alianza para el Progreso», sino de una alianza para la libertad, que es la condición indispensable para el progreso.

«La economía de mercado social no implica la libertad de los empresarios para eliminar la competencia por medio de convenios del tipo de los carteles; por el contrario, implica la obligación de granjearse el favor del consumidor por aquello que rinda y realice en competencia con el concurrente. No es el Estado el que debe decidir quién ha de vencer en el mercado, ni tampoco una organización de empresas como son los carteles, sino exclusivamente el consumidor, la calidad y el precio determinan la clase y orientación de la producción, y sólo conforme a estos criterios se verifica la selección en el terreno de la economía privada». (Ludwig Erhard: «Bienestar para Todos»).

Thursday, November 18, 2010

La Fábula de la Bolsa de Valores

 Una vez llegó al pueblo un señor, bien vestido, se instaló en el único hotel que había, y puso un aviso en el único periódico local que decía que estaba dispuesto a comprar cada mono que le trajeran por $10.

Los campesinos, que sabían que el bosque estaba lleno de monos, salieron corriendo a cazar monos.

El hombre compró, como había prometido en el aviso, los cientos de monos que le trajeron a $10 cada uno sin chistar.

Pero, como ya quedaban muy pocos monos en el bosque, y era difícil cazarlos, los campesinos perdieron interés, entonces el hombre ofreció $20 por cada mono, y los campesinos corrieron otra vez al bosque.

Nuevamente, fueron mermando los monos, y el hombre elevó la oferta a $25 y los campesinos volvieron al bosque, cazando los pocos monos que quedaban, hasta que ya era casi imposible encontrar uno.

Llegado a este punto, el hombre ofreció $50 por cada mono, pero, como tenía negocios que atender en la ciudad, dejó a su ayudante cargo del negocio de la compra de monos.

Una vez que viajó el hombre a la ciudad, su ayudante se dirigió a los campesinos diciéndoles: fíjense en esta jaula llena de monos que mi jefe compró para su colección. Yo les ofrezco venderles a ustedes los monos por $35, y cuando el Jefe regrese de la ciudad, se los venden por $50 cada uno.

Los campesinos juntaron todos sus ahorros y compraron los miles de monos que había en la gran jaula, y esperaron el regreso del Jefe.

Desde ese día, no volvieron a ver ni al ayudante ni al jefe. Lo único que vieron fue la jaula llena de monos que compraron con sus ahorros de toda la vida.

Ahora tienen ustedes una noción bien clara de cómo funciona el MERCADO DE LA BOLSA DE VALORES!!!!.

Mucha suerte en las Inversiones...........



Autor anónimo

Wednesday, November 03, 2010

Historia de la "Property and Freedom Society"

La Property and Freedom Society (PFS), creada por el renombrado filósofo libertario y economista austriaco Hans-Hermann Hoppe, fue establecida en mayo del 2006 en el Hotel Karia Princess en Bodrum, Turquía.

La idea de fundar una organización para promover el “Austro-libertarismo”, la filosofía económica y social caracterizada de la manera más prominente durante el siglo 20 por el economista austriaco Ludwig von Mises y su estudiante estadounidense Murray N. Rothbard, y atado a los economistas franceses decimonónicos Frederick Bastiat y Gustave de Molinari, fue presentada por Hans-Hermann Hoppe en agosto del 2005 durante una pequeña reunión informal en el Summer University del Mises Institute en Auburn, Alabama. Los que estuvieron presente en la reunión, Thomas DiLorenzo, Guido Hulsmann y Ralph Raico, le dieron la bienvenida al proyecto, y Guelcin Imre ofreció ser el anfitrión de la reunión inaugural de la sociedad en Bodrum, Turquía. Poco después, Walter Block, Joseph Salerno, y Stephan Kinsella se unieron al proyecto.


FUNDAMENTOS de la Property and Freedom Society

Declaración inaugural de la reunión en Bodrum, Turquía, mayo 2006

La Property and Freedom Society se manifiesta por un radicalismo intelectual sin compromisos: en defensa de la propiedad privada justamente adquirida, la libertad de contratos, la libertad de asociación, que lógicamente implica el derecho de no asociarse con (o discriminar contra) cualquiera, en los asuntos personales, así como un libre comercio sin condiciones. Condena el imperialismo y el militarismo y a quienes los fomentan, y lucha por la paz. Rechaza el positivismo, el relativismo y el igualitarismo en cualquiera de sus formas, ya sea de resultados o de oportunidad, y tiene un manifiesto distanciamiento de los políticos y la política. Como tal, busca evitar cualquier asociación con las políticas y propuestas de los intervencionistas, que Ludwig von Mises identificó en 1946 como el error fatal, en el plan de muchos antecedentes y contemporáneos intentos de los intelectuales, alarmados por la creciente ola de socialismo y totalitarismo, que se encuentra en el movimiento ideológico antisocialista. Mises escribió: “Lo que no comprendieron estos asustados intelectuales era que todas esas medidas de interferencia gubernamental en los asuntos que ellos defienden son abortivas… No hay tercera vía. O los consumidores son soberanos, o lo es el Gobierno”.

Como libertarios culturalmente conservadores, estamos convencidos de que el proceso de descivilización ha alcanzado un punto de crisis y que es nuestro deber moral e intelectual llevar a cabo un serio esfuerzo de reconstruir una sociedad libre, próspera y moral. Es nuestra profunda creencia que una aproximación desde el radicalismo políticamente intransigente es, en el largo plazo, el camino más seguro para nuestro querido objetivo de un régimen totalmente libre de trabas a la libertad individual y a la propiedad privada. En esa búsqueda de un nuevo comienzo joven y radical, nos dirigimos a esas viejas y olvidadas palabras de Friedrich A. Hayek: “Debemos tomar la construcción de una sociedad libre de nuevo como una aventura intelectual, un acto de coraje. Lo que nos falta es una utopía liberal, un programa que no parezca ni una mera defensa de las cosas como están ni una forma diluida de socialismo, sino un verdadero radicalismo liberal que no excuse las susceptibilidades de los poderosos… que no es practicado demasiado concienzudamente y que no se conforma con lo que aparece hoy como políticamente imposible. Necesitamos líderes intelectuales que estén preparados para resistir las lisonjas del poder y la influencia, y que estén dispuestos a trabajar por un ideal, por muy escasas que sean las perspectivas de su pronta realización. Han de ser hombres que estén dispuestos a aferrarse a los principios y a luchar por su plena realización, aunque fuere remota… A no ser que seamos capaces de hacer de los fundamentos filosóficos de una sociedad libre de nuevo un asunto intelectual vivo, y su puesta en práctica una tarea que rete la imaginación y el genio de nuestras mentes más despiertas, las perspectivas para la libertad serán muy oscuras. Pero si podemos recuperar esa fe en el poder de las ideas que fue la característica del mejor liberalismo, la batalla no está perdida”.

Traducción de José Carlos Rodriguez y Manuel Lora